
Hoy quiero adherir a esta conmemoración, valorando la importancia de esta fecha para impulsar una mayor toma de conciencia en la sociedad en torno a una problemática tan grave y preocupante como la violencia doméstica, en particular contra las mujeres.
En los últimos años hemos tenido enormes avances en esta materia, particularmente a partir de la Ley de Violencia Intrafamiliar y sus modificaciones y, también, gracias al trabajo del Sernam y otras entidades privadas en la difusión de sus procedimientos y, más recientemente, en la habilitación de casas de acogida para mujeres agredidas. Todo esto vino a sacar a la luz un problema hasta entonces oculto, pese a afectar por igual a toda la comunidad nacional.
Sin embargo, esta labor esta lejos de terminar y, por el contrario, los dramáticos casos de femicidios que conmueven al país y las muchas otras situaciones de mujeres agredidas que se viven día a día, nos deben hacen redoblar los esfuerzos para mejorar nuestras leyes, para fortalecer el apoyo a las víctimas y, sobre todo, para insistir en los cambios culturales que se requieren para terminar con este flagelo.
No hay razón alguna para que en la convivencia y más aún en la relaciones de afecto se involucre la violencia, dañando no sólo físicamente a las personas, sino más aún, afectando su estabilidad psíquica al transformar en vulnerable y riesgoso un espacio como el hogar que, por su naturaleza, debe servir para recibir cariño y comprensión y no golpes y maltrato.
En el Senado se encuentra en trámite una iniciativa legal destinada a sancionar el femicidio, dando así una señal potente a la ciudadanía. El proyecto contempla denominar de ese modo el parricidio en el caso que la víctima sea la cónyuge o conviviente y aplicar la pena de presidio calificado al caso del asesinato de una ex cónyuge o conviviente.
Del mismo modo, se mejoran las disposiciones para la protección de las mujeres en caso de riesgo inminente, incorporando como tal, cuando el denunciado expresa su negativa a aceptar el término de una relación afectiva que ha mantenido recientemente con la víctima y contemplando la posibilidad de extender hasta por dos años las medidas accesorias aplicadas por el juez, tales como la obligación de abandonar el hogar, la prohibición de acercarse a la víctima y la incorporación a programas de asistencia familiar.
En los últimos años hemos tenido enormes avances en esta materia, particularmente a partir de la Ley de Violencia Intrafamiliar y sus modificaciones y, también, gracias al trabajo del Sernam y otras entidades privadas en la difusión de sus procedimientos y, más recientemente, en la habilitación de casas de acogida para mujeres agredidas. Todo esto vino a sacar a la luz un problema hasta entonces oculto, pese a afectar por igual a toda la comunidad nacional.
Sin embargo, esta labor esta lejos de terminar y, por el contrario, los dramáticos casos de femicidios que conmueven al país y las muchas otras situaciones de mujeres agredidas que se viven día a día, nos deben hacen redoblar los esfuerzos para mejorar nuestras leyes, para fortalecer el apoyo a las víctimas y, sobre todo, para insistir en los cambios culturales que se requieren para terminar con este flagelo.
No hay razón alguna para que en la convivencia y más aún en la relaciones de afecto se involucre la violencia, dañando no sólo físicamente a las personas, sino más aún, afectando su estabilidad psíquica al transformar en vulnerable y riesgoso un espacio como el hogar que, por su naturaleza, debe servir para recibir cariño y comprensión y no golpes y maltrato.
En el Senado se encuentra en trámite una iniciativa legal destinada a sancionar el femicidio, dando así una señal potente a la ciudadanía. El proyecto contempla denominar de ese modo el parricidio en el caso que la víctima sea la cónyuge o conviviente y aplicar la pena de presidio calificado al caso del asesinato de una ex cónyuge o conviviente.
Del mismo modo, se mejoran las disposiciones para la protección de las mujeres en caso de riesgo inminente, incorporando como tal, cuando el denunciado expresa su negativa a aceptar el término de una relación afectiva que ha mantenido recientemente con la víctima y contemplando la posibilidad de extender hasta por dos años las medidas accesorias aplicadas por el juez, tales como la obligación de abandonar el hogar, la prohibición de acercarse a la víctima y la incorporación a programas de asistencia familiar.
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